domingo, 24 de febrero de 2008

Un Eclipse, una Raza

Nunca, salvo tal vez aquel eclipse de sol del 11 de julio de 1991, un eclipse lunar ha causado tanto interés como el del pasado 23 de febrero.
El Zócalo de la Ciudad de México, se llenó de miles de personas y pareció que salvando un puente de siglos semejaba las multitudinarias reuniones en la plancha principal de la Gran Tenochtitlán.
Hoy el Zócalo nos parece algo familiar, aún para las personas que viven en los estados de la república.
Hace muchos años, vi una maqueta del centro de la Gran Tenochtitlán, en el Museo de Antropología; “allá, donde está Tlaloc”
Tuvo que haber sido algo grandioso; lo suficiente para dejar a los hombres de Hernán Cortés, boquiabiertos ante la magnificencia de una ciudad que superaba al Londres y al París de aquellas épocas.
Templos y palacios, refinamiento y riqueza. Centro del poder de un imperio que abarcó desde la zona meridional del norte de México, hasta parte de Centroamérica.
Para mayor asombro de aquellos hombres, la Gran Tenochtitlán tenía algo de lo que carecían todas las ciudades europeas del Siglo XVI: alumbrado público.
En determinados puntos, lo que podríamos actualmente llamar esquina, había recipientes con combustible, que ardía para disipar las tinieblas de la noche.
Quizá la noche del 23 de febrero, la grandeza de una raza, se dejó sentir en el Zócalo de México.
Culturas prehispánicas, especialmente los mayas, tenían grandes conocimientos astronómicos y, testigo de ellos era la Luna, Tecuciztécatl, que ante su indecisión para arrojarse al fuego tuvo que conformarse con ser la Luna, ya que Nanahuatzin se convirtió en el Sol al no dudar ante los dioses en lanzarse a la hoguera de la que saldrían los dos astros.
Un eclipse, su inicio arrancó el aplauso de los miles de personas que estaban en el Zócalo; otro mas cuando la sombra de la Luna salió del cono de penumbra de La Tierra.
Un México actual que pareció unirse con el México prehispánico y su grandeza.

EL POEMA: La Raza de Bronce de Amado Nervo.

Señor, deja que diga la gloria de tu raza,
la gloria de los hombres de bronce, cuya maza
melló de tantos yelmos y escudos la osadía:
¡oh caballeros tigres!, ¡oh caballeros leones!,
¡oh caballeros águilas!, os traigo mis canciones;
¡oh enorme raza muerta!, te traigo mi elegía…

LA CANCION: Mi Ciudad de Guadalupe Trigo:

Mi ciudad es chinampa
en un lago escondido,
es zenzontle que busca
en donde hacer nido,
rehilete que engaña la vista al girar.
Baila al son
del tequila y de su valentía
es jinete que arriesga la vida
en un lienzo de fiesta y color.
Mi ciudad es la cuna
de un niño dormido,
en un bosque de espejos que cuida un castillo,
monumentos de gloria que velan su andar.
Es un sol
con penacho y sarape veteado,
que en las noches se viste de charro
y se pone a cantarle al amor…

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