domingo, 13 de abril de 2008

Afición sin Violencia

Fue en una final América-Cruz Azul, durante el tricampeonato de La Maquina, que ganaron los Cementeros por 4-1, la última vez que estuve como espectador en un estadio: El Azteca.
Son gratos recuerdos de una época en que la familia podía asistir al futbol sin temor a las porras. Había pleitos, pero eran personales y sólo involucraban a los directamente metidos en el mismo.
Había porras, pero sin la agresividad que se da en ocasiones actualmente en los estadios.
Estuve en la parte baja de las tribunas. No participaba en la final el Guadalajara pero como siempre existía mi rechazo al América.
Sin tener un favorito prefería al Cruz Azul y: los goleó.
Por el entradón que hubo no pude llegar a mi lugar y tuve con los familiares políticos con quienes asistí, que presenciar el juego parado en el pasillo.
Todavía recuerdo, pocas filas abajo del lugar donde me encontraba a dos familias: una con la bandera del América, la otra con la de los Cementeros; con ellos dos niños en una de las familias y dos niñas y un niño en la otra.
Todos gritaban entusiasmados apoyando a su equipo; emocionándose en una oportunidad de gol y lamentado una falla de sus colores.
Lo que aún queda grabado en mi mente es que los dos padres, habiendo en medio de ellos una señora y un niño, platicaban entre jugada y jugada, intercambiando opiniones sobre el juego.
A su alderredor seguidores de ambos conjuntos; banderas amarillas y azules, revueltas entre los gritos de entusiasmo o decepción.
Las cervezas se consumieron a lo largo del partido; los goles azules acababan con las esperanzas de los Cremas; sin embargo, no hubo un solo insulto para algunos de los espectadores; uno que otro para los jugadores con algún recuerdo familiar.
El futbol era de la familia y, aún los aficionados que iban sólos o en pequeños grupos, mantuvieron una actitud correcta durante todo el partido y pese al resultado. Al final, el padre americanista y el cruzazulino se despidieron de mano. Y todos contentos.
Abandonamos el estadio. Mis parientes políticos, con dos o tres americanistas, entre ellos mi exesposa, abatidos por al derrota del América, que además, perdió por goleada.
Fue simplemente un juego. La pasión y el favoritismo se desahogaron a gritos, con porras, con insultos, con aplausos, pero, sin ningún problema de agresividad.
La autoridad, sin protagonismos que no hacían falta, dejaba sentir su presencia que además no fue necesaria ante verdaderos aficionados que iban a ver un juego de futbol; sólo eso: un juego.
El triunfo se saboreaba, la derrota dolía y ambos podían comentarse durante el regreso, la comida o la convivencia vespertina, sin mayores problemas.
Cuando menos, esa vez, entre el público que alcazaba a ver desde mi lugar, no había complejos ni odios que desahogar poniendo como pretexto un espectáculo que debe ser una diversión.
Y viene a mi mente la frase de mi gran amigo, don Fernando Marcos (q.e.p.d.):
LA VIOLENCIA ES EL FRUTO MALDITO QUE NACE EN LOS CAMPOS REGADOS POR LA IMPOTENCIA.

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